viernes, 25 de septiembre de 2009

PROVERBIOS
No hables,
mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren.
Confía solo en los niños y los animales
y de los ancianos aprende el miedo de haber vivido demasiado.
A tus contemporáneos pregunta sólo cosas prácticas
y comparte con ellos tus fracasos, tus enfermedades,
tus angustias, pero nunca tus éxitos.
De tus hermanos ama el que está lejos
y teme al que vive cerca.
A tus padres nunca preguntes por su pasado
ni trates de aclarar con ellos tu niñez y juventud.
Con tu patrón no hables, escríbele y nunca le cuentes
tus planes futuros y miéntele respecto a tu pasado.
Ama a tu mujer hasta donde ella lo permita y
si llegas a tener hijos, piensa que, como en los
juegos de azar, podrás ganar o perder.
El destino no existe, eres tú tu destino.
Y si llegas a la vejez
da gracias al cielo por haber vivido largo tiempo,
pero implora con resignación por tu pronta muerte.
Los que no tenemos dinero ni poder
valemos menos que un caballo, un perro,
un pájaro o una luna llena.
Los que no tenemos dinero ni poder
siempre hemos callado para poder vivir largos años.
Los que no tenemos dinero ni poder
llegado a los cuarenta debemos vivir en silencio
en absoluta soledad.
Así lo entendieron los antiguos,
así los certifica el presente.
Quien no pudo cambiar su país
antes de cumplir la cuarta década, está condenado
a pagar su cobardía por el resto de sus días.
Los héroes siempre murieron jóvenes,
no te cuentes, entre ellos,
y termina tus días
haciendo el cínico papel de un hombre sabio.
Harold Alvarado Tenorio

miércoles, 16 de septiembre de 2009

ADIÓS AL NADAÍSMO

Caído en el limbo espiritual suspiro por nuevos suplicios.
Reclútame Señor para la salvación o el terror.
Los ideales que no cambian la vida corrompen el alma.
Esta pureza que cultivo en soledad me da asco.
El espejo ya no me refleja: me culpa.
Dios mío, sálvame de esta paz difunta.
Devuélveme la esperanza y el sufrimiento.
Dame fe en una causa aunque sea perdida.
Dame todo el fuego que sobró de Sodoma, la sed que incendió tus delirios.
Quiero arder ¡arder!
¡Dame, Señor, la desesperación de creer y la felicidad de destruirme!

Gonzalo Arango